Una vez concluidas
las guerrillas de "los patrias", cerrado en 1830 el
arduo proceso político y diplomático que gestó
el Estado uruguayo, la clase dirigente comprendió que
era necesario edificar una mitología nacional que diera
sentido a la frágil República. En medio de zozobras
políticas, como en toda América Latina, los miembros
del patriciado escribieron artículos en la prensa sobre
los problemas cotidianos y, a menudo, sobre asuntos de carácter
doctrinario. En aquellos años de emergencia, según
Juan E. Pivel Devoto, los temas predilectos fueron "los
partidos políticos de carácter permanente, la conveniencia
en arraigar los hábitos republicanos, la enérgica
oposición al tráfico de esclavos [...] y la prudencia
con que debía ser ejercida la libertad de imprenta"
(Pivel Devoto,
1981). La
energía destinada a esta prédica les quitó
tiempo para encarar una revisión a fondo sobre las marcas
y las señales de la identidad aun en esa corta historia
del territorio oriental.
Antes que una justificación de los orígenes de
la nacionalidad, antes que pensar un proyecto moderno -de lo
que se encargará el pensamiento romántico-, a la
joven dirigencia le era imprescindible montar las estructuras
básicas del Estado cuando la condición de argentinos
y uruguayos, casi indiferenciada, no constituía aún
la cifra de la identidad de este "pueblo de Oriente".
Las escasas imprentas montevideanas publicaban hojas volantes,
folletería menuda, periódicos de magra tirada y
vida aún más breve. De esta forma circularon noticias,
ideas y proclamas. En esos mismos impresos se le hizo lugar a
los versos.
Un proyecto compartido
En 1833 Luciano Lira, un militar argentino nacido hace dos
exactos siglos y exiliado en Montevideo, donde se dedicó
al magisterio, empezó a reunir los poemas de orientales
-o que estuvieran referidos a esta República- con vistas
a publicar un volumen colectivo. Quizá asesorado por su
maestro el educador e historiador Juan Manuel de la Sota (circa
1780-1858), también
emigrado argentino, trató de remontarse a los precursores.
Por su parte, los escritores contemporáneos
le facilitaron la tarea auxiliándolo con sus propias obras
y archivos. El culto escritor Francisco Acuña de Figueroa (1791-1862), por la abundancia
de sus producciones -un tercio del total seleccionado- debió
haber sido el principal (e
interesado)
consejero de Lira para erigir la piedra fundamental del verso
local: El Parnaso Oriental. Guirnalda poética de
la República Uruguaya, tres volúmenes cuidadosamente
editados, con diversos tipos y numerosas viñetas.
Si al soldado de poético apellido le sobraban convicciones
republicanas y materiales literarios, en cambio le faltaba dinero
para llevar adelante su proyecto. Entonces solicitó una
contribución a los más acaudalados para editar
el primer tomo que dedicó "Al Pueblo de Oriente.
Testimonio de mi reconocimiento y amor". Alrededor de
trescientos suscriptores colaboraron para financiar una edición
que se acercó a un tiraje de cuatrocientos ejemplares,
una cifra nada despreciable para una población de Montevideo
que sumaba apenas unos pocos miles de habitantes.
Varios de estos mecenas ocupaban cargos relevantes en la conducción
del Estado; otros incluso habían escrito alguna solitaria
composición en periódicos como El Estandarte
Nacional, El Universal, El Independiente o
El Nacional, de donde el compilador tomó la mayor
parte.
De hecho, aún hoy, es esta la única compilación
que existe sobre el período fundador: nadie ha recogido
ni una modesta selección con aportes nuevos del verso
oriental-uruguayo, entre 1811 y 1850, lo que da la medida del
formidable atraso de la investigación literaria en Uruguay,
a la par que expone los escasos reflejos para modificar, actualizar
o siquiera revisar las tradiciones críticas más
arraigadas, una prueba más de las dificultades para debatir
el canon uruguayo o, incluso, otra auténtica muestra de
la falta de discusión madura y a fondo.
En aquellos años, la clase dirigente advirtió que
la poesía funcionaba como crónica de la vida social
y, aun mejor, en tanto crónica adicta del nuevo proceso
político, ya que en la mayor parte de las composiciones
se exaltaba una épica uruguaya, se construía una
noción homogénea de ciudadanía y una consiguiente
política de lengua poética, se elogiaba a los caudillos
activos y hasta a los mandatarios en ejercicio. Mecenazgo y dirigencia
están estrechamente ligados.
El primer término supone la presentación pública
del patriciado en el sacralizado objeto libro, que perpetúa
su memoria y evidencia, en lo inmediato, una "vocación"
por la cultura
letrada.
La lista de suscriptores con que se cierra cada tomo representa
una privilegiada muestra para el sondeo de los niveles de
lectura
de la época o de la intencionalidad en ser reconocido como
tal, como lector y propietario del libro, es decir poseedor del
arte de leer y de la pertenencia a la "alta" cultura.
Desde esos catálogos, también, puede calibrarse
la existencia de un público clausurado a las pocas familias
(en general
hombres o mejor prohombres), y la inexistencia de interesados fuera
del encargo anticipado de ejemplar. Prueba de esto es que Jaime
Hernández, el único esforzado librero de aquel
Montevideo, compró diez unidades del tomo I, aparecido
en 1835, sólo otros tantos del volumen siguiente (editado ese mismo año) y treinta
del tomo III, publicado en 1837, y eso tomando en cuenta que
se vendía en forma exclusiva en su casa; mientras que
"los señores Mompié e Isac, del comercio
de libros de Buenos Aires", adquirieron apenas una decena
de ejemplares del último tomo.
Los altos funcionarios del pequeño Estado, por su parte,
acostumbraron a ser los suscriptores más acuciosos. El
poema que abre el tercer volumen, "En el 25 de mayo de 1836",
de Francisco Acuña de Figueroa, está dedicada al
"Exmo. Sr. Presidente de la República, Brigadier
General Don Manuel Oribe", a quien en el tomo anterior
el mismo Acuña había calificado de "Hijo
heroico del Pueblo de Oriente/ Muestra Oribe virtud y valor./
Y la Patria segura le encarga/ Sus destinos su gloria y honor:/
Sucesor del ilustre RIVERA/ Alta gloria podrá merecer
[...]" ("El
voto público", Canción, T. II, pág.
80).
Y en aquella oda, junto a la exaltada "inmensa gloria del
excelso ORIBE" -al que también homenajea, entre otros,
Carlos Villademoros-, el poeta oficial invoca a "LAVALLEJA
inmortal! Tu nombre y fama,/ Y la de mil valientes/ Que allí
tu ardor inflama/ Respetarán atónitas las gentes
[...]" (T.
III, pág. 6).
Consta que Lavalleja, uno de estos semidioses, aún de
carne y hueso jóvenes y, simultáneamente, de papel,
compró seis ejemplares para su mejor gloria. Esta línea
que los estima como héroes fundacionales renacerá
con fuerza singular en 1878 con La Leyenda Patria, de
Juan Zorrilla de San Martín, quien llega a poner un retrato
del Jefe de la expedición a la Agraciada en la portada
de la segunda edición del poema.
La empresa de Lira no pudo encontrar mejor momento, porque muy
poco después esta celebración colectiva y unánime
de las tres figuras mencionadas sería imposible, dado
que desde 1838 con la formación de las divisas blanca
y colorada en la Batalla de Carpintería, identificadas
con unos y otro, se fundaba la escisión del cuerpo de
la jefatura nacional y de sus huestes. Las divisas en germen
y las pasiones desatadas, sobre todo con la llegada de Juan Manuel
Rosas al gobierno en la otra orilla, hubieran interpuesto más
(auto)censuras.
En rigor, la combinación de nacimiento de los bandos en
Uruguay, el alineamiento de cada uno de ellos con sus semejantes
argentinos (rosistas
y antirrosistas),
la llegada en masa de los exiliados que reformularán el
debate político y estético y, por último,
el estallido del conflicto internacional conocido como Guerra
Grande (1839-1851), que involucró
la presencia de todas esas fuerzas, habían condenado al
fracaso el proyecto "parnasiano". El propio final de
Lira habla de ese brusco cambio de rumbo.
Alberto Zum Felde comenta con agrio desdén y con inocultable
racismo que por su empeño, "Luciano Lira, un pardo
algo letrado, vino a ser el primer «editor» de libros
habidos en el país" (Zum Felde, 1967). El primero de los tres tomos
de El Parnaso... se imprimió en Buenos Aires, los
dos restantes en Montevideo. El propio Lira era dueño
de la Imprenta Oriental, sita en la calle San Fernando Nº
11, en la que editó el tercer volumen. Tenía otro
en preparación, que no salió y que se ha extraviado,
bien porque el dinero de los contribuyentes se acabó o
porque el editor abandonó el esfuerzo o porque la hora
política había desmerecido muchas de las "composiciones
métricas que me ha sido imposible registrar en este volumen
[tercero]". Como sea, a comienzos de 1839 Luciano Lira
se alistó en el ejército del general Lavalle. Pocos
meses después, en territorio argentino, el primer colector
de la poesía uruguaya perdió la vida.
Una colección informe
Los dos centenares de textos líricos y las cuatro
piezas dramáticas versificadas que contiene El Parnaso
Oriental, se suceden sin orden alguno. El criterio meramente
acumulativo no será superado por otros florilegios nativos
del pasado siglo. Ni aquí, ni -como lo probara Hugo Achugar-,
en el resto de América Latina (Achugar, 1998). En rigor, el primer coleccionista
de versos uruguayos se inspiró en dos volúmenes
aparecidos en Buenos Aires que pretendieron juntar toda la producción
poética argentina. Se trata de la antología La
Lira argentina (1824), reunida por
Ramón Díaz en la capital porteña e impresa
en París al cuidado de Francisco Almeira y Miguel Rivera.
Debió consultar también la Colección
de Poesías Patrióticas (1827), de incierto organizador, aunque la
mayoría de las fuentes le atribuyen esta labor a los hermanos
Juan Cruz y Florencio Varela.
Luciano Lira incluyó en su plan composiciones de versificadores
extranjeros (un
boliviano, algunos españoles de fe liberal y, sobre todo,
varios argentinos),
que cortejaron a "las musas con suceso", celebrando
las glorias patrias de la novísima República. Por
cierto que en esa época de exilios constantes, la literatura
de los países del Plata estaba tan mezclada que, como
dice Marcelino Menéndez y Pelayo, "es casi imposible
dejar de mencionar entre los argentinos algún escritor
uruguayo, o viceversa" (Menéndez y Pelayo, 1948).
Y, sobre todo, como señala Rosalba Campra, la inclusión
de estos escritores extranjeros se debe a que, "en ese
momento, ser americano es un hecho ético, no geográfico.
La idea nacional de la literatura se ve rebasada por el concepto
de americanidad" (Campra,
1987).
Aparte de la común inorganicidad de las tres compilaciones
rioplatenses, en ellas triunfa la exaltación nacional envasada
en la estética neoclásica. En boga entre los poetas
de la metrópoli europea desde mediados del siglo XVIII,
esta escuela nació como una reacción contra el barroco; propuso la restauración
de las normas de equilibrio, serenidad y armonía del arte
griego y romano antiguos. Fue un intento de construcción
de un estilo colectivo, en que se sometió casi toda muestra
de expresión personal demasiado libérrima.
El Parnaso testimonia esta literatura academicista: abundan
las citas y epígrafes de autores latinos y hasta las buenas
traducciones de las odas de Horacio, a cargo de Acuña
de Figueroa. Petrona Rosende de de la Sierra (1787-1863) -única mujer que aparece
en la obra- describe el estatus intelectual de su tiempo en esta
parodia de un presumido:
¡Estudioso!
¡En gran manera!
Se levanta con Horacio,
Y con Homero se acuesta,
Almuerza con Cicerón,
Y con Sócrates merienda.
(A
Julia, letrilla).
Según
la costumbre de la retórica neoclásica, las diferencias
entre el mayor número de los textos que se adecuan al
discurso urbano y al castellano académico son tan insignificantes,
que casi todo aparece como una masa confusa, de pocas variaciones
temáticas y nula impronta personal, salvo en muchos textos
del multiforme Acuña y en los de la propia Rosende, en
los que puede verse la emergencia de una aguda sensibilidad en
virtud de la apelación emotiva, en general ausente en
los demás poetas.
"Los temas -anotó Gustavo Gallinal- además
de los sucesos históricos, son los grandes lugares comunes
de la poesía civil: la libertad, la patria, el progreso,
el odio a la tiranía" (Gallinal, 1927). La universalidad de estos asuntos,
reforzada por fatigadas menciones de la historia y la mitología
grecorromanas, en ocasiones asfixia las alabanzas del caudillo
o de la batalla protagonizada por sus "bravos". Ese
lenguaje programó "efusiones obligatorias", como
le gustaba decir a Borges. Casi no hay composición
patriótica que no exhiba verbos como "inflamar",
"perecer", "oprimir", "implorar"
o "retemblar".
El juego de los antagonismos también es muy reclamado:
luz/oscuridad, patriota/déspota, libertad/esclavitud,
etcétera. Lo mismo ocurre con los sustantivos "palma",
"honor", "furor" y con los adjetivos "intrépido",
"valiente", "fragoso" e "invencible".
Por eso los "envases" poéticos favoritos fueron
los de origen clásico: la oda y el himno, en particular
este último que retiene un tono de religiosidad laicizada,
lo que permite al poder del Estado efectuar la operación
de colocar esta forma en la "categoría de símbolos
sagrados, eternos e intangibles" (Poch, 1998).
El primer tomo del Parnaso está presidido por el
"Himno. Declarado Nacional por el superior decreto de
8 de julio de 1833, dedicado al Exmo. Gobierno", de
Acuña de Figueroa. Se trata de la primera versión
-muy corregida por su autor en 1845-, en la que constan algunos
versos en exceso atados a lo inmediato:
Ya
los grillos rompiendo con gloria
Nuestra Patria se vé prosperár,
Y el altar de las leyes sustenta
Sus destinos, su gloria inmortal !!!
Quizá
el creador interpretó la urgencia que tenía el
nuevo Estado de una composición ritual que asegurara "la
lealtad de los individuos, y contribuyera a la construcción
de esa parte del imaginario colectivo llamado Nación",
según opina Esteban Buch refiriéndose al Himno
Nacional Argentino (Buch,
1994).
Pese a las rigideces enumeradas, entre los veinticuatro vates
del Parnaso muy pocos son los que aciertan a medir con exactitud
sus octavas, sus décimas o sus sonetos. De esto también
se había dado cuenta Petrona Rosende quien, cuando abandonaba
cierto tono lacrimógeno y funeral, daba muestras de preciso
ingenio y buen humor:
Poetas
sabios
[...]
Se evaporizan
Haciendo versos,
Por un chillido,
Por un bostezo,
[...]
Unos son cojos
Otros son tuertos
Algunos mancos
Y muchos ciegos
(A
los que hacen versos a cada cosa, letrilla).
De las censuras, los rescates y la ciudadanía
Ante todo, la imagen de la Patria fue visualizada "como
una entidad femenina [algo que] permite la asociación
con el tema del amor por un lado, y por otro con el del honor
en su doble vertiente familiar y patriótica. Así
se formula una y otra vez la alegoría de la Nación
como una gran familia, y la Patria como la madre cuya virtud
debe ser preservada" (de
Torres, 1995).
La cruzada de los Treinta y Tres, las batallas de Sarandí
e Ituzaingó y las jornadas de la independencia en 1830,
son los episodios celebrados en las páginas del Parnaso
Oriental. Además de encumbrar a los conductores ya
referidos, la muerte de Bernabé Rivera y de sus hombres
a manos de los entonces aborrecidos charrúas, encuentra
sus emocionados evocadores.
Sin las investigaciones de Lira, tal vez se hubiera perdido para
siempre la primitiva poesía académica de este territorio:
los poemas de José Prego de Oliver y el drama La lealdad
más acendrada y Buenos Aires vengada, del presbítero
Juan Francisco Martínez. Estos textos cantan la resistencia
de Montevideo contra el invasor inglés en 1807. Y aunque
se dispone de mínimas informaciones sobre sus autores,
se sabe que los dos fueron fieles a la corona española
hasta el final. El "constitucional" Luciano Lira censuró
las estrofas en que Prego elogiaba al sistema monárquico;
asimismo excluyó "odas y diálogos relacionados
con la guerra del Brasil para no acentuar en demasía la
derrota del Imperio" (Pivel
Devoto, 1981).
A la inversa, y como parte de ese delicado equilibrio político,
hizo un minucioso relevamiento de cuanto verso hablara maravillas
de las jerarquías en ejercicio. En este tipo de compilaciones
fundacionales, ha observado Achugar que "el sujeto interpelado
es el ciudadano y el sujeto que enuncia, o, mejor, la posición
desde donde enuncia el sujeto de ese parnaso es la de quien entiende
que «nación y realidad» y «nación
y verdad histórica» no mantienen una relación
necesaria. La construcción poética de la nación
debe operar con el olvido selectivo, con la exclusión
de la extranjería. Y lo extranjero es todo aquello que
pueda perturbar el escenario del nuevo estado".
A Lira se le debe, también, el conocimiento de todos los
poemas de Petrona Rosende, que extrajo de la prensa y de las
propias manos de esa "Safo oriental", como la llamó
Acuña, los cuales hubieran tenido que esperar quién
sabe cuántos siglos más para que alguien los descubriera.
Esos mismos poemas son los que todavía no han sido reunidos
en volumen independiente y que nadie ha acrecentado con nuevos
descubrimientos, por más que últimamente se le
ha dispensado a su obra y a La Aljaba. Periódico
para el bello secso (sic) argentino
(1830-1831), una atención
de la que antes estaba huérfana (Massiello, 1992; Lago, 1994; de Torres,
1995; Hernández, 1998). Lira recuperó la provocativa
Décima compuesta en 1811 por el inasible Eusebio Valdenegro
(1781-1818), y a él
corresponde su primera exégesis que la sitúa como
una página adherida en una bandera de color blanco y rojo,
el estandarte de los sitiadores de la plaza fuerte española,
a los que desafió con ardor bélico y lírico.
Artigas fue el gran ausente
de esta serie de libros o es una presencia susurrante, que habita
en los arrabales del verbo patrio, en las orillas del fárrago
de versos o en la imagen casi elíptica, en un escondido
rincón del santoral esquivo. Artigas es un fantasma que
debe explicarse en nota al pie. Aunque por tres lustros permanecerá
en su cautiverio del Paraguay, donde morirá en 1850. Su
prestigio y el de la revolución que encabezara habían
caído en un voluntario olvido; su trayectoria era repudiada
o ignorada, su proyecto federal entraba en colisión con
la realidad: la definitiva formación de un nuevo Estado,
cuya clase dirigente pugnaba por darle sentido.
En El Parnaso... hay una prueba de esta repentina amnesia,
a sólo dos décadas de concluido el gobierno revolucionario.
En el Tomo I hay una nota a la Marcha Oriental (1811), de Bartolomé Hidalgo (1788-1822), en la que Lira
se ve en el deber de aclarar que el "guía animoso"
de su pueblo al que se alude en el texto es "D. José
Artigas, General de los Orientales". Un poema de Francisco
Araúcho (1794-1863), escrito en 1814,
obsequia al protocaudillo estos deslucidos versos:
Y tú, modelo de los hombres libres,
Impertérrito Artigas,
Vencedor de los riesgos y fatigas,
Arístides virtuoso, mientras vibres
El acero luciente,
Vivirá el Oriental independiente
Por tí aparece la deseada aurora
Del memorable día,
Final para la horrenda tiranía
(Al
heroico empeño del pueblo oriental).
*Publicado originalmente en Insomnia
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